giovedì 29 gennaio 2009

pròlogo de Luis Benitez a Medanales...

nuevo libro:

Medanales: crònicas y desmemorias
y otros enigmas
de Gabriel Impaglione


palabra introductorias...
... Sobre los “Medanales”

A los poetas cierta crítica no les perdonaba cambiarse de sexo, convertirse además en narradores, como si se trasvistieran: un pecado. Esto sucedía ampliamente en la segunda mitad del siglo pasado, antes de que adviniera la posmodernidad, que aparejó las posibilidades de cada género en uno solo, que parece constituir la literatura contemporánea. Donde las fronteras fueron rotas cabe la posibilidad de confundir un territorio con el otro, cuando no se puede ser capaz de establecer una síntesis a la altura de las actuales circunstancias. Los géneros antes denominados “mixtos” –lo bastardo, la mixtura, lo impuro, en fin, el origen de toda auténtica epifanía- fueron llamados a su hora de gloria. ¿Acaso tienen validez ahora términos tales como las antiguas discriminaciones entre “poesía propiamente dicha” y “prosa poética”, entre “poema narrativo” y “poética de la narrativa”?

Es que, paradójicamente, la posmodernidad ha vuelto a las fuentes clásicas no en sus enunciados, sino en las consecuencias prácticas de los mismos. Aristóteles distinguía tres categorías de actividades características del hombre: la teorética o contemplativa, que tiene por objetivo el conocimiento; la poética, cuyo sentido es la producción de una cosa, y la práctica, cuyo objetivo es obrar bien. El mundo moral o ético es, por lo tanto, el ámbito de la acción humana. La ética de la posmodernidad literaria resulta ser una conjugación única de estas tres actividades que caracterizan según Aristóteles al hombre, en este caso el hombre escritor, dado que el escritor posmoderno contempla y así conoce; genera la poiesis, cuyo producto es una cosa de índole literaria y obra bien, acorde con su tiempo, éticamente, según dicta el período presente del pensamiento, sintetizando las posibilidades de expresión en una fórmula única, no regimentada por la antigua policía de las formas literarias, esto es, creando ese objeto de la poiesis con el empleo simultáneo de recursos que antes eran exclusiva característica de géneros dados.

Así enunciado, parece fácil y hasta claramente pertinente –lo que todos deberíamos hacer en nuestra época- pero en la práctica literaria resulta ser más complicado que en la teoría. Ya sabemos que la práctica de un género literario –y en la posmodernidad, ello implica en cierta manera practicarlos todos al mismo tiempo- no está posibilitada por ningún empirismo: nada se crea de la nada y mucho menos un escritor puede legitimarse como tal partiendo de la mera intuición, del “entusiasmo vital” por expresarse, aunque tampoco –vale decirlo y no es un dato menor- tampoco puede lograr establecer una obra en base a conocimientos de la teoría literaria, por profundos que ellos sean.

Un escritor –singularmente en nuestro tiempo, al menos para nosotros, que somos sus contemporáneos- es una amalgama única de todos estos factores, no fundamentada en una inspiración –término derrocado si los hay- tan remanente como nos resulta ahora, sino consistente en la complejidad de su mixtura personal, en las proporciones que estos factores guardan entre sí (recordémoslos: intuición, entusiasmo vital, conocimiento…) fundidos juntos para elaborar una fórmula tan personal que resulta inevitable reconocerla en cada texto. Lo que constituye a un escritor no es la suma de ingredientes reconocibles en su obra, sino la síntesis que realiza de todos ellos.

Esto es parte apenas de los que ofrece “Medanales”, una saga narrativa creada por Gabriel Impaglione para trasmitirnos de una manera distinta –e insisto: bien reconocible- no su visión de un universo que consista en una desfiguración más o menos lograda del que nos rodea, cuando escribo estas palabras preliminares o el lector las lee, sino un universo propio, acabado: la poiesis, que nunca resultó privativa de la poesía, tiene sus cuatro dimensiones bien logradas en esta obra. Posee gracias a Impaglione ancho, largo y profundidad, mas su autor le suma la cuarta, que es el tiempo, un tiempo virtual y bien logrado, que no discorda en perfección con lo que exhiben las otras dimensiones que él hace intervenir. El tiempo del universo de Impaglione es tan certero como el nuestro, tan presente y verosímil que permite ver las transformaciones de aquello que parecen decirnos inicialmente sus personajes, desde sus individualidades, en concepciones de rango universal, no características de un solo período temporal ni de un exclusivo lugar. Y todo ello, recordando que el autor es además poeta –y un poeta de rango, además- a través de una sutileza del discurso que alude y elude el enunciado continuamente. Poco le falta a este autor para alcanzar a pintar todo un segmento del complejo fresco de nuestro tiempo, con esa humildad del pincel bajo, que no apela –porque no lo necesita- a los furiosos rojos ni a los negros absolutos, consciente de que en los claroscuros se transparentan muchas más cosas, para el lector, que en las más entusiastas –pero asimismo, más fallidas- intentonas de mostrar el horror y la belleza, lo abominable y lo supremo (apenas aludido en Impaglione, porque sabe que una pizca de la epifanía es apenas lo absolutamente necesario). A través de los pares de opuestos y sin obviar el golpe de linterna fugaz sobre lo siniestro, se desliza el autor recorriendo su propio mundo, donde reconocemos sospechosas relaciones con el nuestro. La linterna que emplea es un superviviente humanismo, que creíamos desaparecido en lo contemporáneo. Impaglione lo hace revivir en su prosa, despojado de cualquier atributo de ingenuidad, para mostrarlo como éticamente adecuado, aun en la descarnada posmodernidad, para quitarle la máscara a circunstancias, prejuicios, trampas del stablishment que se las ha ingeniado para sobrevivir adoptando nuevos disfraces tras la muerte de la modernidad, cuyas ficciones ayudó tanto a construir. Este sujeto develador es el autor Gabriel Impaglione, prometeico y sutil, que no ahorra recursos para llevar adelante tantas tareas como las enunciadas en estas breves disquisiciones, cortas para reseñar siquiera cuanto contiene este volumen. Vamos a dejarle al lector la agradable tarea de comprobar cuánto de cierto hay en estas meras aproximaciones a una narrativa que cumple con lo mejor que se exige en varios géneros.


Luis Benítez
Buenos Aires, septiembre de 2008
Ilustración de Tapa e interiores: Gustavo Monforte

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